Alguien supo enseñarme: “Recuerda siempre de donde vienes, es la única forma de saber a donde iras”.
Y es por eso que no olvido de donde vengo; esté cerca o tan lejos, como para siempre aclarar que soy de Laprida, aun sabiendo el que donde queda tener que explicar, ya que sus rutas parecen una casualidad olvidada entre sus viejos pozos.
…Pequeño pueblo que has nacido sobre rutas perdidas, tan pequeño que desde abajo te vuelves gigante como una nación, te llevo conmigo a donde quiera que voy, me enorgullece cuando te recuerdan como un jardín del Edén. ¡Muestro tu paraíso!, esa laguna que refresca el paisaje, con sus eucaliptus en formación de línea, tal cual una guardia imperial lo haría…
Sitio que es caminado por la gente, sitio que se vuelve hastío durante la dulce noche que nadie ve. Es ese lugar que me enseño a pescar, que tantas noches bajo la Luna me vio besar.
…Pequeño pueblo que sonríes como un joven, abrazado por la inmensa llanura, cuidado por celestes cielos de pasión. Desde lo alto puedo verte febril y amurallado por tus grandes campos; verde y esplendoroso gracias a las lluvias del verano, marrón y tristonio durante los inviernos… ¡Vuelo alto!, me elevo a tus cielos y aún a miles de metros puedo delegar la vigilancia al gigante Cristo que con prestancia y temperamento todo lo ve.
Tu corazón es esa hermosa plaza en la que mandan los plátanos, roja de ladrillos cuadriculados, alergia de caminantes que te caminan.
…Eres pequeño cuando desde lo alto te contemplo, tan pequeño que te pierdes pronto en el horizonte, y esa es tu prisión. Horizontes cortos para los jóvenes que la vida tenemos que vivir, cortos para aquellos que con alas al viento algo mas que tu belleza deseamos conquistar.
Aunque corriendo a las inmensas ciudades, tan pronto como llegamos necesitamos volver sufriendo la abstinencia de tu paz.
…Eres tan pequeño que toda historia se vuelve infierno, pero eres un infierno que nunca se puede dejar atrás.
Y es por eso que no olvido de donde vengo; esté cerca o tan lejos, como para siempre aclarar que soy de Laprida, aun sabiendo el que donde queda tener que explicar, ya que sus rutas parecen una casualidad olvidada entre sus viejos pozos.
…Pequeño pueblo que has nacido sobre rutas perdidas, tan pequeño que desde abajo te vuelves gigante como una nación, te llevo conmigo a donde quiera que voy, me enorgullece cuando te recuerdan como un jardín del Edén. ¡Muestro tu paraíso!, esa laguna que refresca el paisaje, con sus eucaliptus en formación de línea, tal cual una guardia imperial lo haría…
Sitio que es caminado por la gente, sitio que se vuelve hastío durante la dulce noche que nadie ve. Es ese lugar que me enseño a pescar, que tantas noches bajo la Luna me vio besar.
…Pequeño pueblo que sonríes como un joven, abrazado por la inmensa llanura, cuidado por celestes cielos de pasión. Desde lo alto puedo verte febril y amurallado por tus grandes campos; verde y esplendoroso gracias a las lluvias del verano, marrón y tristonio durante los inviernos… ¡Vuelo alto!, me elevo a tus cielos y aún a miles de metros puedo delegar la vigilancia al gigante Cristo que con prestancia y temperamento todo lo ve.
Tu corazón es esa hermosa plaza en la que mandan los plátanos, roja de ladrillos cuadriculados, alergia de caminantes que te caminan.
…Eres pequeño cuando desde lo alto te contemplo, tan pequeño que te pierdes pronto en el horizonte, y esa es tu prisión. Horizontes cortos para los jóvenes que la vida tenemos que vivir, cortos para aquellos que con alas al viento algo mas que tu belleza deseamos conquistar.
Aunque corriendo a las inmensas ciudades, tan pronto como llegamos necesitamos volver sufriendo la abstinencia de tu paz.
…Eres tan pequeño que toda historia se vuelve infierno, pero eres un infierno que nunca se puede dejar atrás.